13/12/10

Sor Verónica, el milagro de Lerma





Las claves del 'milagro' de Sor Verónica

La abadesa-fundadora de los ojos verdes

Una líder carismática y el apoyo de grandes empresarios y del propio Papa

(José Manuel Vidal).- Las clarisas de Lerma ya no son clarisas. Han abandonado el nido franciscano y vuelan ya por sí solas. Cambian de nombre y de carisma. A partir de ahora se llamarán 'Iesu Communio' ('La comunión de Jesús') y pasarán a ser un nuevo instituto religioso. Y su líder y guía espiritual, Sor Verónica Berzosa, dejará de ser abadesa para convertirse en fundadora. ¿Cuáles son las claves del éxito y, por lo tanto, del cambio de estatus del llamado 'milagro' vocacional de Lerma?

Son varios lo ingrediente de este fenómeno de florecimiento vocacional sin precedentes en medio de una invernía total a sus alrededores. Mientras las ya ex clarisas suman 181 monjas (con otras tantas en lista de espera para poder entrar o realizar un período de prueba vocacional), casi todos los demás conventos de clausura (de clarisas o de cualquier otra orden religiosa) languidecen y se mueren por falta de relevo.

Un boom insospechado de vocaciones, cuando los jesuitas tienen apenas 20 novicios en toda España; los franciscanos, cinco, y los paúles, dos. En un momento en que se importan monjas de la India, Kenia o Paraguay, para evitar el cierre de conventos habitados por ancianitas, y que la mayoría de los curas españoles superan los 60 años.

A la puerta de Lerma, en cambio, no dejan de llamar jóvenes españoles, con sus carreras terminadas y con buenas posiciones. Muchas hijas de papá. Otras, de procedencia humilde. La mayoría de familias pertenecientes a los nuevos movimientos. Sobre todo a Comunión y Liberación, a los Kikos y al Opus Dei. Aunque también hay algunas que vienen de familias ateas o indiferentes. Y son tantas que, hace dos años, tuvieron que ampliar. Lerma se les quedaba pequeño. Era un convento pensado para unas 30 monjas. Un número que superaban con creces.

Por eso, Sor Verónica decidió hacerse con la cesión por muchos años del convento franciscano de San Pedro Regalado de La Aguilera. Y allí está, ahora, la mayoría de sus monjas. Sin abandonar Lerma, por supuesto. Dos casas y una sola abadesa para una nueva congregación que crece, cuando todas las demás menguan. ¿Por qué?

'Tocada por el dedo de Dios'

El milagro de Lerma empieza y termina en Sor Verónica Berzosa, a la que el cardenal Rouco Varela, poco dado a los elogios, definía, ya en el año 2005, así: "El milagro de Lerma es y fue posible por una monja, una mujer con un don especial, con una carisma extraordinario para conectar con la juventud actual, y tocada por el dedo de Dios".

María José Berzosa, que así se llamaba antes de ingresar en el monasterio, nació el 27 de agosto de 1965 en Aranda de Duero (Burgos). Su padre era comerciante y profesor de música. El día de su nacimiento lanzó cohetes, porque, por fin, llegaba una niña después de cuatro varones. Un bebé precioso, de ojos verdes, que creció feliz en una familia unida como una piña.

"Mi hogar era un verdadero nido de amor y calor", cuenta en el libro 'Clara, ayer y hoy'. Un hogar de profundas vivencias religiosas, una faceta en la que ya destacaba Raúl, uno de sus hermano, hoy obispo auxiliar de Oviedo y referencia moral y espiritual de la pequeña María José. Por lo menos, hasta la adolescencia.

Porque la niña bonita se convierte en una chica guapa, de ojazos verdes, culta y rebelde. Fue su época de pandilla, ligues, novios, juergas, discotecas y hasta porros. Pero nada de eso la llenaba en profundidad. Era una rebelde con causa: "Deseaba buscar algo que no se acabara, que fuera eterno". Y un buen día, dejó su carrera de Medicina recién estrenada y se fue a llamar a las clarisas de Lerma, un convento en el que no ingresaba una novicia desde hacía 23 años.

María José tenía entonces 18 y sus amigos hacían apuestas sobre el tiempo que duraría en el convento. Y el que más arriesgaba le concedía un mes, como mucho. Pero se equivocaron. No sólo se quedó en Lerma, sino que consiguió revitalizar el convento y convertirlo en un sueño hecho realidad.

Sor Blanca y Sor Pureza, las dos clarisas que se encargaron de su formación, pronto se dieron cuenta de que tenían delante un diamante en bruto. Si lo conservaban, si le ayudaban a superar las lógicas 'noches oscuras del alma' y si lo pulían, podría mostrar todo su esplendor.

Postulante, novicia y profesa, la joven clarisa quería imitar en todo a la fundadora de la congregación, Clara de Asís, enamorada de Dios y de San Francisco, que creó la orden guiada por un lema: "Mi Dios y mi todo". Quizás por eso eligió el nombre de Sor Verónica que, como ella misma explica, "significa verdadero icono, verdadero rostro de Cristo".

Ya de novicia y, más aún, de profesa, Verónica comenzó a hacer propaganda de su vida y de su convento. A hablar de su felicidad reencontrada con las parábolas del Evangelio: "El reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra" (Mt. 13, 44-46).

Le sale tan de dentro, lo vive tan a fondo que su capacidad de convicción es total. Entra por los ojos y por todos los poros del cuerpo de los que la escuchan. Al principio, sus amigas y las amigas de sus amigas... Y así comenzó el desfile de chicas jóvenes por Lerma, que venían a buscar también el "tesoro escondido".

Con el paso de los años se fue produciendo una auténtica eclosión vocacional. Y la causante pasó a ser maestra de novicias, primero, y abadesa, después. Y alma del crecimiento de un convento sin precedentes en toda Europa. Hasta conseguir lo más difícil todavía: convertirse en fundadora y desgajar del tronco secular de las clarisas su nuevo instituto religioso 'Iesu Communio'.

Durante todos estos años, la original y creativa monja se fue convirtiendo en un referente mundial de la vida religiosa. Querida y admirada por muchos, pero también envidiada, temida y odiada por otros. Y es que Sor Verónica es una monja con mucho poder. Tanto como para tener línea directa con el Vaticano y con el mismísimo Benedicto XVI.

Los cardenales la veneran. Los obispos la admiran. El Nuncio en España, Renzo Fratini, la visita a menudo. Hace poco tiempo, el Papa Ratzinger les mandó a su propio predicador, el padre Raniero Cantalamessa. La visita del Capuchino italiano fue ocasión para un emotivo reportaje emitido por la RAI (Radio y Televisión Italiana) en hora de máxima audiencia, en Italia, y para un video que arrasa en You Tube.

Entusiasmado, desde hace años, con la obra de Sor Verónica, el todopoderoso cardenal Rouco Varela quiso traérsela a Madrid, a un superconvento que iba a edificar el arquitecto Santiago Calatrava. Pero Sor Verónica le dijo no. Porque el proyecto costaba unos 12 millones de euros. Y porque quiere ser absolutamente libre e independiente. Y tiene la capacidad de poder hacerlo.

Lógicamente, en el camino del ascenso a la fama y al poder, la fundadora también se está tropezando con enemigos. Grandes y pequeños. De todo pelaje y condición. Y algunos de ellos la acusan del peor pecado para una monja católica: estar creando una secta. Una acusación incubada entre la clásica celotipia clerical y el mutismo aureolado de misterio, que cultiva, desde hace años, la propia monja burgalesa.

Sor Verónica nunca concede entrevistas y huye de los medios. La última vez que se la vio en público fue el 14 de mayo de 2005, en la consagración episcopal de su hermano, Raúl, en Oviedo. Esta estrategia, pensada, en un principio, para no levantar suspicacias y envidias en el mundillo clerical, se ha transformado en un arma de doble filo. Por un lado, potencia su enigma y su misterio.

Su silencio es una poderosísima arma publicitaria. Cuando más se oculta más quiere verla la gente y más interés suscita en los medios. Otros, ven, sin embargo, en ese celo extremo por su intimidad y la de su obra, un ocultismo insano, que roza las características de la secta.

Un carisma mix

A la arrolladora personalidad de Sor Verónica hay que añadir el atractivo del carisma franciscano de santa Clara, entendido y expresado con su peculiar manera de ser y actuar, y 'aggiornado' (puesto al día) durante estas dos últimas décadas. Un carisma centenario, pasado por la túrmix de las nuevas espiritualidades y de los tiempos modernos. Un mix entre tradición e innovación. Las características fundamentales de la orden fundada por Santa Clara en 1212 adaptadas a las chicas de hoy.

Todavía no se conocen las constituciones o las reglas del nuevo instituto religioso, pero está claro que seguirá bebiendo en las fuentes franciscanas: La fraternidad, pobreza y alegría como virtudes esenciales. La oración contemplativa, como fuerza del amor. El Evangelio, como forma de vida. El trabajo como medio de vida y de sustento. El estudio, como medio de formación. Y, sobre todo, la comunidad, como centro y alma del convento.

Las monjas de Lerma-La Aguilera pasarán de la 'clausura papal', muy restrictiva y rigurosa en la soledad y en la separación del mundo, a la 'clausura según las constituciones'. Es decir, al albur de la interpretación de la superiora y abierta, en concreto, a poder realizar actividades caritativas o evangelizadoras. Por ejemplo, acoger y acompañar espiritualmente a los jóvenes.

Sor Verónica concede un gran valor a la comunidad, que, para ella, tiene que ser el corazón del convento y estar, incluso, por encima de la persona. Convencida de que, al igual que en una colmena, si funciona la comunidad, todos sus miembros serán felices. Aunque algunos, desde fuera, critican lo que, a su juicio, puede caer en una excesiva despersonalización de cada una de las monjas dentro de la colmena feliz.

La campana es, para ellas, la voz de Dios. Se levantan de un brinco cuando suena a las dos y media de la madrugada para rezar maitines. Vuelven a la cama y se levantan de nuevo a las seis y media. El día está repleto de oración (seis horas), trabajo (cinco horas), estudio y algo de recreo. Una vida al ritmo de las horas del salterio y muy austera: sandalias y hábito negro con cíngulo blanco. Pequeñas celdas con cama, armario y un banquito. Comen y trabajan en silencio, con la mente siempre puesta en su amado: "Todo por Cristo y para Cristo".

¿Cómo y en qué plasmar todas estas claves del carisma franciscano reformulado por Sor Verónica? Hace unos años, pensaron en establecerse a lo largo del camino de Santiago y crear una red de centros que conjugasen monjas de vida contemplativa (de clausura) y de vida activa. Para atender a los peregrinos y cultivar el faro de espiritualidad de la ruta jacobea.

Descartado ese cometido, parece que las veroniquesas (como empiezan ya a llamar a las monjas de Sor Verónica) pretenden poner las claves franciscanas al servicio de la evangelización de los jóvenes. Un nuevo Taizé (el centro de peregrinación, oración y encuentro juvenil, creado por el Hermano Roger, en Francia, en 1940) en Burgos. De hecho, en el nuevo convento de La Aguilera, en cuya restauración están invirtiendo una millonada, existe ya un locutorio para más de 500 personas. Para que grandes grupos de jóvenes puedan interactuar con las monjas.

Y, por eso, las veroniquesas cuidan especialmente su lenguaje. Un lenguaje juvenil y actual, que conecte con las nuevas generaciones. En el fondo y en la forma. De hecho, utilizan ya para comunicarse no sólo la palabra, sino también la danza, el teatro, la interpretación coral y la música, uno de los vehículos preferidos de la juventud. Ellas mismas componen, cantan y venden sus propios discos, que arrasan entre los 'Papa-boys' de todo el mundo.

De apariencia tímida y frágil, Sor Verónica se transforma, cuando actúa ante el público. Sale a escena bajo una luz cenital y, poco a poco se transforma. En medio de una escenografía cuidada hasta el más mínimo detalle. Con la superiora de estrella y las monjas, de impostación coral.

Verónica tiene tablas y se le nota. Se desempeña con una profunda maestría comunicativa y oratoria. Cuando habla de Dios, de su amor, de su amado, se convierte en un ángel. Habla con convicción, desde el corazón, desde las entrañas, sin artificios.

Directa, clara, didáctica. Rompe moldes y esquemas, suscita emociones vivas y fuertes. Se come al auditorio. Canta, llora, ríe, acaricia a sus monjas, se arrodilla, ora casi en éxtasis y transmite de una forma tan vivencial a Cristo que la gente parece que lo toca. Pausas adecuadas, silencios que se cortan, efectos especiales, cantos de solistas y en coro: "Y lo que tengo te doy, es nuestro gran tesoro". Al final de la catequesis de Sor Verónica, la gente sale diciendo: "Dios existe y aquí se le palpa".

Importantes apoyos económicos

Toda la labor de Sor Verónica no sería posible sin las aportaciones materiales de sus amigos y simpatizante. A manos de Sor Verónica llegan a diario decenas de donaciones. Unas muy importantes y otras, de tan sólo 10 o 15 euros. Pero todo cuenta y suma. La mayoría de benefactores anónimos. Otras procedentes de los grupos de los nuevos movimientos.

Pero el núcleo de su poder económico lo conforman los grandes donantes. Que son muchos y muy poderosos. Gente rica de Neguri o vinculada a grandes empresas, como Endesa, el Banco Popular o el Banco Santander. Políticos, como Juan Cotino, vicepresidente de la Generalitat valenciana.

Y, sobre todo, las grandes fortunas vinculadas al Opus Dei, a los Kikos, a Comunión y Liberación y a los Legionarios de Cristo. Desde los Ruiz-Mateos hasta las Koplowitz, pasando por los Oriol. Y sobre todo la Fundación Ora et Educa, que preside Luis Alberto Salazar-Simpson, ex dueño de la operadora telefónica Amena.

Desilusión entre las clarisas

Sus antiguas compañeras de la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara (o Clarisas), que el año próximo cumple 800 años de existencia, guardan un silencio público total. Pero, en privado, se sienten profundamente dolidas, sobre todo por el ocultismo con el que se ha fraguado toda la operación de cambio de carisma y de aprobación del nuevo instituto. Tanto que se enteraron por la prensa. Su niña mimada las deja solas y abandonadas. Y, en cierto, sentido, pone en duda la validez del carisma de Santa Clara para seguir produciendo vocaciones.

Las acusaciones de sus críticos

Un fenómeno de tanto prestigio tiene que contar con muchos y muy declarados enemigos. Sobre todo, en el propio seno de la Iglesia. Le reprochan, ante todo, a Sor Verónica, el que se ha aprovechado del carisma y hasta de los edificios de las clarisas y, con el tiempo, se ha convertido en un tordo. Es decir, el pájaro que pone los huevos en los nidos de otras aves para que se los incuben.

Dicen sus adversarios que cambiar el carisma franciscano por otro que no ha sido probado en el crisol de la historia es una temeridad con buenas dosis de soberbia. Sus defensores, en cambio, aseguran que de esos procesos hay múltiples ejemplos en la Iglesia. Desde Teresa de Ávila a Teresa de Calcuta.

Por supuesto, el personalismo siempre sale cuando se habla de Sor Verónica, a la que se acusa de culto a la personalidad y de haber construido una obra a su imagen y semejanza. Algo que, por otra parte, hacen todos los fundadores.

Se preguntan también los críticos si ese modelo puede responder a cualquier joven de hoy o está pensado y dirigido mayoritariamente a las chicas que crecen en los guetos de familias de los nuevos movimientos, sin apenas contacto con el mundo exterior y protegidas de las asechanzas del enemigo. Un modelo, en definitiva, desencarnado, demasiado espiritualista y sin apenas vertiente horizontal de lucha por la justicia y por los más desfavorecidos.

Y, además, si su carisma se centra en los jóvenes, ¿qué harán cuando la mayoría de las monjas, cuya media de edad ronda ahora los 30, envejezcan?, se preguntan algunos. Otros llegan incluso a acusar a la fundadora de "tener visiones" y apariciones de la Virgen. Rumores sin contrastar que corren por el universo religioso español. Unas veces, con ánimo de desacreditar a Sor Verónic. Otras veces, para ensalzar su figura hasta el paroxismo de una vidente.

Le reprochan incluso su edad. Dicen sus críticos que, a los 44 años, la madre Verónica es demasiado joven para tener su propio instituto religioso. Dicen que lo ideal sería que dedicase a sus numerosas monjas a "repoblar" y revitalizar los conventos de las propias clarisas. Una petición a la que Sor Verónica siempre se negó en redondo. Por no romper la colmena y porque, desde hace tiempo, venía incubando la idea de la nueva fundación.

Eso sí, acogieron a las escasas monjas clarisas que quedaban en Briviesca y en Nofuentes, con lo cual pueden disponer ya de sendos conventos. Dicen que el de Briviesca ya lo han vendido a una cadena hotelera. El de Nofuentes podría seguir el mismo camino o ser destinado a otra sucursal de las veroniquesas.

Es la ley de la espiritualidad, que se cumple una vez más: todos los fundadores y fundadoras fueron, en su tiempo, incomprendidos. Y hasta perseguidos. Es el cáliz de la purificación, que tienen que beber, para que su obra se consolide y resplandezca como un fruto del Espíritu y no del Maligno.

Y hasta hay quien critica la prisa de Roma en este caso concreto, cuando el tiempo del Vaticano se mide teológicamente y apenas se roza con el tiempo real. Un milagro de aceleración, que pasa por las manos del propio Papa Ratzinger.

Quizás porque el nuevo carisma de las veroniquesas conecta a la perfección con el principal deseo de Benedicto XVI: reevangelizar a la Europa secularizada, a punto de perder sus raíces cristianas y asolada por la "apostasía silenciosa". Sor Verónica, la nueva apóstol de la recatolización de España y de Europa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Inmejorable artículo. Enhorabuena

Anónimo dijo...

curioso en extremo. Es triste que la iglesia no se hermane para apoyarla cuando esta mujer está catalizando un fenómeno inimaginable e inigualable. Un talento comunicativo y energizante sin parangón, como éste, debiera ser aplaudido por todos.