Card. Ruini: "El Vaticano II fue una gran gracia y un desafío, a veces mal comprendido, y esto trajo graves daños"
A las 7:44 PM, por Buhardilleros
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El Cardenal Camillo Ruini, que ha publicado recientemente en Italia un libro-entrevista sobre Dios, ha concedido una entrevista muy interesante al Corriere della sera, en la cual ha hablado de múltiples temas, como el Concilio Vaticano II, la cuestión de la fe en el mundo actual, la relación entre los dos últimos pontificados, y también la figura del recientemente fallecido Cardenal Martini así como sobre sus polémicas declaraciones en la entrevista póstuma publicada en estos días.
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Cardenal Ruini, usted comienza contando que los editores le pedían un libro de memorias sobre los años en que guió la Iglesia italiana. ¿Por qué, en cambio, un libro sobre Dios?
Porque me parece enormemente más útil, y también más interesante. La existencia de Dios y nuestra relación con Él han sido el anclaje de mi vida y el centro de mis intereses intelectuales. Siento el deber de ofrecer este libro a la gente.
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Usted sostiene haber tenido desde niño la certeza de la existencia de Dios. ¿Por qué?
Pienso que es una certeza bastante natural en el hombre, y en particular en el niño. Pero es también un don que Dios nos hace de modo libre. Por qué a alguno se lo hace de modo particularmente intenso, esto lo sabe sólo Él.
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Sus padres no lo querían sacerdote…
Es cierto, en la familia hubo una oposición muy fuerte. Que me entristeció, pero no me frenó. Mi padre, que era médico, me impuso sin embargo una condición: ir a Roma. Temía que en el seminario de Reggio Emilia no me dieran bastante de comer – eran todavía años de pobreza. Y que no me habría graduado.
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De los estudios en la Gregoriana usted recuerda la impostación tomista y neoescolástica, hoy considerada superada. ¿Esto qué significa? ¿Que los teólogos han renunciado a demostrar racionalmente la existencia de Dios?
Significa que la teología ha comenzado un camino nuevo: un diálogo, incluso crítico, con la cultura actual. Aún si la gran escolástica de Tomás a Buenaventura sigue siendo muy importante. Este cambio no implica la renuncia a la argumentación racional a favor de la existencia de Dios. Si bien la palabra “demostración” hoy gusta menos, porque parece indicar la necesidad de creer en Dios. Es, en cambio, una opción racionalmente motivada pero libre.
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Conciliar fe y razón es uno de los principios del papado de Ratzinger, y emerge también en su libro. ¿Pero la evolución de las ciencias y de las biotecnologías no hace todavía más difícil esta tarea?
Las ciencias, por una parte, se vuelven cada vez más conscientes de los propios límites epistemológicos intrínsecos. Por otra, plantean preguntas cada vez más grandes y cada vez más radicales, no sólo respecto al hombre sino también al universo. En lugar de cerrarse, los caminos de la fe, y yo diría también de la filosofía, se abren cada vez más. El cientificismo, que considera objetivamente válido sólo el pensamiento científico, es hoy ya obsoleto. E incomoda a los mejores hombres de ciencia, que están lejos de jactarse de la autosuficiencia de la investigación científica.
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Usted parece convencido de que, incluso en la era de la secularización, la fe y también la propuesta de vida de la Iglesia no están condenadas a ser minoritarias. ¿O no?
Cuantificar en estas materias es difícil. Vivir como cristianos hasta el fondo o seriamente es de pocos; y, según mi opinión, siempre lo ha sido. Creer en Dios puede ser de muchos. En América tenemos más del 80%, en Italia los porcentajes son un poco más bajos; aún si decrecen en la cultura alta y en los medios.
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Como cabeza de los obispos usted consideró que el cristianismo no debía recluirse en una fortaleza sitiada, sino actuar a todo campo. ¿Es así?
Sí, pero la idea no es mía. Es de Juan Pablo II. Ya en el ’84, cuando lo conocí, decía que la ola de la secularización estaba detrás de nosotros. Entonces parecía un juicio apresurado; hoy es compartido por los sociólogos de la religión. Ciertamente la corriente secularizadora continúa siendo fuerte. Sobre esto no debemos hacernos ilusiones.
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Dios, como usted lo piensa, ¿es común a las diversas religiones? ¿Cómo podemos estar seguros nosotros, los cristianos, de estar en lo correcto? ¿Cómo podemos estar seguros de que Jesús es realmente “la más alta y definitiva manifestación de Dios en la historia”?
Dios es, ciertamente, uno solo. Las diversas religiones, sin embargo, tienen de Él ideas muy diversas. Jesús mismo ha reivindicado tener una relación única con Dios, que se expresa en la palabra “hijo”. Y Dios ha confirmado esta pretensión inaudita de Jesús, resucitándolo de entre los muertos. La pretensión no viene de nosotros, viene de Cristo.
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Según usted, ¿hay diferencia entre la fe de Wojtyla y la de Ratzinger? Nosotros tendemos a pensar que la primera era más sentimental y la segunda más racional.
Las diferencias están, obviamente no en los contenidos sino en el modo, en el estilo, también según la índole de cada uno y el don que Dios hace a cada uno. Pero los dos Papas son más similares de lo que parecería. Ambos son hombres de una inteligencia extraordinaria: Benedicto XVI, como todos saben, y Juan Pablo II, que era de una inteligencia fulminante y también teórica. Ambos hombres de fe firme y, diría, sencilla: se puede ser un gran teólogo, como el Papa Ratzinger, y tener la fe de las personas sencillas o de los niños.
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Ha pasado medio siglo desde la apertura del Vaticano II. Aperturas clarividentes, interpretadas a veces de modo equivocado: parece ser ésta la síntesis que prevalece hoy en las jerarquías. ¿Usted lo cree así? ¿O no?
El Vaticano II ha sido, como ha dicho Juan Pablo II, la máxima gracia que ha recibido la Iglesia en el siglo XX. Precisamente por esto ha sido un desafío enorme, a veces mal comprendido. De esto han nacido daños muy grandes. En torno a esta valoración de fondo crece el consenso.
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¿Cuáles daños?
La crisis del clero, de la vida consagrada. Muchos han dejado la práctica religiosa. La crisis de la forma católica de la Iglesia. El Concilio se dedicó mucho a la relación entre los obispos y el Papa, dando por adquirida la “tranquila adhesión” al entero cuerpo doctrinal de la Iglesia, como la definió Juan XXIII. En cambio, el Magisterio de la Iglesia ha sido puesto en discusión y a menudo desatendido también dentro de la Iglesia misma.
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¿Cómo recuerda al cardenal Martini y cómo interpreta su figura? ¿Ha sido el “jefe de la oposición” dentro de la Iglesia wojtyliana y, para Italia, ruiniana?
No se trata de Ruini: el interlocutor de Martini era el Papa. Ha sido a menudo presentado como el antagonista. Pero nunca ha querido ser así. Sería incluso empobrecerlo. Ha sido una gran personalidad, un líder mundial, con muchos registros: espiritual, bíblico, dialógico, práctico; Martini era también un hombre que sabía gobernar en lo concreto. Enamorado de Cristo, del Evangelio y de la Iglesia, así como de la humanidad.
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¿Cómo respondería a Martini que, en la última entrevista, dice: “La Iglesia está 200 años atrasada”?
Nunca he polemizado con él mientras estaba vivo, mucho menos lo haría ahora. En mi opinión, hay que distinguir dos formas de distancia de la Iglesia de nuestro tiempo. Una es un verdadero retraso, debido a los límites y pecados de los hombres de Iglesia, en particular a la incapacidad de ver las oportunidades que se abren hoy para el Evangelio. La otra distancia es muy diversa. Es la distancia de Jesucristo y de su Evangelio, y en consecuencia de la Iglesia, respecto a cualquier tiempo, incluido nuestro tiempo pero también aquel tiempo en que vivió Jesús. Esta distancia debe existir, y nos llama a la conversión no sólo de las personas sino también de la cultura y de la historia. En este sentido, también hoy la Iglesia no está atrasada sino que va más adelante, porque en aquella conversión está la clave de un futuro bueno.
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El silencio de Dios frente al mal es usado como pretensión para negarlo. ¿Dios puede permitir incluso ataques a la Iglesia? ¿Cómo valora la cuestión de los documentos del Papa que fueron robados?
No sólo Dios puede permitir estos ataques, sino que siempre los ha permitido: forman parte de la lógica profunda del cristianismo. Jesús lo dijo claramente: “Como me han perseguido a mí, así os perseguirán a vosotros”. En cuanto a los documentos, es una cuestión triste, de la que ya se ha hablado demasiado.
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Italia está en vísperas de elecciones delicadísimas. ¿La Iglesia tiene actualmente un interlocutor privilegiado? ¿Los valores católicos están representados en el actual gobierno? ¿Necesita Italia un nuevo centro que haga referencia a los valores católicos? ¿Usted ve nuevos posibles líderes?
Interlocutores de la Iglesia son todos los creyentes, y todos los italianos interesados en escucharla. Privilegiado puede decirse quién escucha más. Desde el congreso de Palermo de 1995, la Iglesia italiana prefiere no entrar en las cuestiones de agrupaciones políticas. E invita, no sólo a los católicos sino a todos los italianos dispuestos, a comprometerse políticamente por valores y contenidos que son sostenidos por la Iglesia, pero no son contenidos confesionales, sino más bien de interés general. En cuanto a los liderazgos, se toman y se ejercen, no los puede conferir nadie, mucho menos la Iglesia.
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