"En el nombre de nuestro Señor Jesucristo...". Así comenzaba la sencilla acta que recogía cuanto sucedió en la habitación de Don Bosco el 18 de diciembre de 1859. En la simplicidad de los hechos, y bajo la luz de la fe comenzaba su andadura la Congregación Salesiana en el nombre de nuestro Señor. Como todo en nuestra historia, nuestra familia nace bajo el signo de la Providencia de Dios. De él viene gracia tras gracia. A él, dador de todo bien, elevamos nuestra plegaria agradecida por estos 150 años de bendiciones.
Eran tiempos "calamitosos", describe el acta, en los que la juventud "viene de mil maneras seducida en daño de la sociedad y precipitada en la impiedad y la irreligión".Tiempos difíciles, como todos los tiempos, en los que un puñado de jóvenes llenos de celo y amor de Dios sueña con cambiar la realidad. No tenían nada. No eran poderosos ni contaban con muchos medios. Vivían sólo de una piedad sencilla y de una fe acrisolada en las dificultades humanas y sociales de la naciente sociedad industrial. Pero habían experimentado la fuerza liberadora del amor de Dios que la figura carismática de Don Bosco supo transmitirles.
Respiraron el mismo aire, soñaron el mismo sueño, les envolvió el mismo deseo de hacer el bien y se comprometieron en el mismo proyecto transformador: "todos con el fin y en un mismo deseo de promover y conservar el espíritu de la verdadera caridad que se requiere en la obra de los Oratorios para la juventud pobre y abandonada".
Hemos de contar a todos nuestra historia. Es una historia hermosa y estimulante.Volver a ella es como volver a casa y encontrar a los tuyos. Porque todos nosotros somos parte de esa misma historia que se prolonga hoy, ciento cincuenta años más tarde, y se hace memoria agradecida por el regalo del carisma salesiano a la Iglesia y a los jóvenes.
Emocionados, miramos atrás para recordar de dónde venimos. Pero al mismo tiempo contemplamos el presente reconociendo que cuanto hoy somos es fruto de aquel comienzo, "en el nombre de nuestro Señor Jesucristo...", y de tantos hombres veraces y auténticos que han sabido vivir su entrega en fidelidad a Dios desde una lectura carismática del Evangelio a la luz de los signos de cada tiempo y de cada contexto. Hoy el carisma salesiano está vivo y continúa siendo un don de Dios para los jóvenes de todo el mundo.
Traducida en un mosaico multicolor, la herencia de Don Bosco se ha multiplicado y encarnado en pueblos y culturas diversas con el dinamismo que sólo el viento del Espíritu puede provocar.
Al concluir este año jubilar miramos también hacia adelante con ilusión. Recordar y narrar nuestra historia nos estimula en la fidelidad creativa. No es tiempo de triunfalismos ni podemos perdernos en mirar con nostalgia anhelando cuanto fuimos en estos ciento cincuenta años. Es el momento oportuno para alentar la esperanza y consolidar la confianza en Dios que, hoy como ayer, no dejará "que se acabe la harina del costal ni el aceite de la orza" (Cfr. 1 Re 17, 14) y seguirá siendo bendición para los jóvenes de todo tiempo.
Feliz aniversario. Vuestro amigo,
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